Trópico de Capricornio

El caso es que hacía sólo unas horas que había dicho a Maxie en la caseta que me gustaría echar un vistazo al beo de su hermana, y ahí lo tenía ahora, a huevo delante de mí, empapado y echando un chorrito tras otro. Si se la habían follado antes, no lo habían hecho como Dios manda, eso desde luego. Y, por mi parte, nunca me había sentido en un estado de ánimo tan excelente, tranquilo, sereno, científico, como entonces, tumbado en el suelo del vestíbulo de las narices de Maxie, mojando el churro en el íntimo, sagrado y extraordinario beo de su hermana Rita. Habría podido contenerme indefinidamente: era increíble lo indiferente que me sentía y, aún así, completamente consciente de cada sacudida y vibración de ella. Pero alguien tenía que pagar por haberme hecho andar bajo la lluvia en busca de una moneda. Alguien tenía que pagar el éxtasis producido por la germinación de todos esos libros no escritos que había dentro de mí. Alguien tenía que comprobar la autenticidad de aquel coño íntimo, escondido, que había estado atormentándome durante semanas y meses. ¿Quién más apto que yo? Pensé tan intensa y rápidamente entre los orgasmos, que la pinga debió de crecerme unos centímetros más.
Tropic of Capricorn, 1961
Henry Miller