Multipropiedad

...Por la noche, cuando mis padres se acuestan, voy en coche hasta la ciudad. A diferencia de la mayoría de los sitios donde fueron a parar antes, Daytona Beach tiene ambiente de obreros. Menos ancianos, más motoristas. En el bar que frecuento hay un tiburón. De un metro de largo, nada en un acuario por encima de las hileras de botellas. El tiburón dispone del espacio justo para dar la vuelta y seguir en la dirección contraria. Ignoro el efecto que tienen las luces sobre el animal. Las bailarinas llevan bikinis, algunos de los cuales centellean como escamas de pescado. Circulan por la penumbra como sirenas, mientras el tiburón se da con la cabeza contra el cristal.
Ya he estado aquí tres veces, las suficientes para saber que a las chicas les parezco un estudiante e bellas artes y que, debido a una ley del Estado de Florida, las bailarinas no pueden enseñar los pechos, de manera que tienen que pegarse unos adornos con forma de alas. Les he preguntado qué clase de pegamento usan («Elmer’s»), cómo se los quitan («basta con un poco de agua tibia») y qué piensan sus novios («no les parece mal el dinero»). Por diez dólares, una de las chicas te llava de la mano, más allá de las otras mesas donde se sientan sobre todo hombres solos, hasta la parte de atrás, todavía más oscura. Te sienta en un banco acolchado y se frota contigo todo lo que duren dos canciones. A veces, te coge de las manos y pregunta:
¿No sabes bailar?
—Estoy bailando — le dices, aunque estás sentado...

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