Los peces no cierran los ojos

A la edad en la que los niños dejan de llorar, yo, por el contrario, empezaba. La infancia había sido una guerra, a mi alrededor morían más los niños que los viejos. Nada en su época era un juguete, por más que se la jugaran tenazmente.  Yo me había librado, pero debía merecerme el tiempo.
Permanecía encerrado en la infancia, cual seca ama de cría tenía el cuartito donde dormía bajo los castillos de libros de mi padre. Se alzaban desde el suelo hasta el techo, eran torres, caballos y alfiles de un tablero colocado en vertical. Por la noche entraba en los sueños el polvillo del papel. En la infancia a los pies de los libros, los ojos no conocían las lágrimas. Jugaba a ser soldadito, el día era el turno de ir y venir en el escaso espacio de la garita.