Los Honores Perdidos

El ferrocarril que pasa por la periferia de nuestro barrio y las locomotoras de carbón que zumban "¡tutú! ¡tutú! ¡tutú!", aplastan a su paso a algunos cuscuseros distraídos, "¡Plom!", y arrastran una humareda negruzca para nuestro bienestar supremo; el polvo de la serrería en el lindero de Duala ciudad nos cubre de finas partículas y nos parecemos a los indios de América; y luego el olor mareante de la fábrica de chocolate nos permite oler sólo a chocolate, bombones Chococam o cabezas de negro; ya no sentimos el hambre. Digo todo esto para explicaros que no nos quejamos. Aceptamos esos perjuicios mínimos con la suficiencia digna de quienes abandonan sin pesar su pueblo y esperan la gran inmersión en las aguas luminosas de la civilización.
Nací en esta parte de la República de cameruneses reunidos, en esta urdimbre de vida, de colores, de ruidos y de olores...
Les honneurs perdus, 1996
Calixthe Beyala