El relato de Arthur Gordon Pym

Capítulo XXI

Tan pronto como pude recobrar mis transtornados sentidos, me encontré casi ahogado, arrastrándome en una oscuridad completa entre una masa de tierra desprendida que caía sobe mí pesadamente por todos lados, amezando con sepultarme entero. Alarmado hasta el horror ante esta idea, me esforcé por asentar de nuevo el pie, y al cabo lo conseguí. Permanecí entonces inmóvil durante algunos momentos, intentado comprender lo que me había sucedido y dónde estaba. Pronto oí un profundo gemido junto a mi misma oreja, y poco después la voz sofocada de Peters pidiéndome auxilio en nombre de Dios. Me arrastré uno o dos pasos hacia adelante y caí derecho sobre la cabeza y los hombros de mi compañero, a quien pronto descubrí, sepultado bajo una masa desprendida de tierra hasta la mitad del cuerpo y luchando desesperado por libertarse de aquella opresión. Aparté la tierra alrededor de él con toda la energía que pude hallar, y por fin logré sacarle de allí.

No bien nos recobramos lo suficiente de nuestro terror y de nuestra sorpresa, y fuimos capaces de conversar racionalmente, llegamos ambos a la conclusión de que las murallas de la fisura, en la que nos habíamos aventurado, se habían, por alguna convulsión de la Naturaleza, o acaso por su propio peso, derrumbado desde lo alto, y de que, por tanto, al encontrarnos bajo tierra estábamos perdidos para siempre. Durante largo rato nos entregamos con desmayo a la angustia y a la desesperación más intensas, como no podrían imaginar los que no se hayan encontrado nunca en semajante situación. Creo de buena fe que ninguno de los incidentes que pueden ocurrir en el curso de la existencia humana es tan apropiado para inspirar el sumo dolor físico y moral como este caso nuestro, viéndonos enterrados vivos...

The Narrative of Arthur Gordon Pym of Nantucket, 1838
Edgar Allan Poe